domingo, 8 de junio de 2008

Adiós Eugenio

Cada vez que alguien conocido muere además del sin sentido que nos queda en el cuerpo, uno recuerda la propia fragilidad que es al final la de todos, sin importar quien seas o cual haya sido tu contribución al mundo. Pero cuando además quien muere ha dejado una obra valiosa para muchos, removido pensamientos, sentimientos, o tocado de manera sutil algunas almas, queda la sensación de que en este mundo infame, la gente de buena veta es la que se va.
La muerte de Eugenio Montejo es una de éstas. Su voz ha hecho eco de mi propia voz en un trecho de mi historia. La última vez que lo vi y lo escuché fue en un taller de poesía en Corpbanca, en julio de 2004, en Caracas. Ese momento marcaría una nueva etapa de mi vida en la que me vendría a España. Ahora cuando el regreso a Venezuela es inminente y después de haber rescatado del olvido una de sus antologías semanas atrás, Eugenio Montejo precede mi vuelta a ese trozo de “tierra redonda y verde”. Ya no será la misma que dejé, habrá perdido un hijo.
Voy con un libro suyo bajo el brazo en estos día, leyendo sus poemas en metros y autobuses, en silencio. Voy conversando con él en ese espacio textual sin tiempo donde uno puede escuchar la voz de los ausentes, voy haciendo memoria y homenaje a quien dejó su cuerpo sembrado bajo tierra pero se fue para quedarse. Escucho su despedida en el Adiós de Jorge Silvestre segura de que en unos de esos barcos en los que siempre partía y después de haber amado y seguir amando habrá llegado a Manoa.
Aquí dejo un poema suyo que comentábamos hace unos días en casa:

            LO NUESTRO

Tuyo es el tiempo cuando tu cuerpo pasa
con el temblor del mundo,
el tiempo, no tu cuerpo.
Tu cuerpo estaba aquí, tendido al sol, soñando,
se despertó contigo una mañana
cuando quiso la tierra
Tuyo es el tacto de las manos, no las manos;
la luz llenándote los ojos, no los ojos;
acaso un árbol, un pájaro que mires,
lo demás es ajeno.
Cuanto la tierra presta aquí se queda,
es de la tierra.
Sólo trajimos el tiempo de estar vivos
entre el relámpago y el viento;
el tiempo en que tu cuerpo gira con el mundo,
el hoy, el grito delante del milagro;
la llama que arde con la vela, no la vela,
la nada de donde todo se suspende,
eso es lo nuestro.