miércoles, 21 de diciembre de 2011

Solsticio de Invierno

A paso de morrocoy por Neritza Pinillos M
 Un homenaje al sol en este solsticio de invierno.
El dueño de la luz
(Cuento Warao - Venezuela)
 En un principio la gente vivía en la oscuridad. Los warao buscaban yuruma (médula de palma para hacer pan) en tinieblas y sólo se alumbraban con candela que sacaban de la madera. En ese entonces, no existía el día ni la noche.

Un hombre que tenía dos hijas supo un día que había un joven dueño de la luz. Llamó entonces a su hija mayor y la envió a a buscar y traer la luz para su pueblo.
Ella tomó su mapir (canasto hecho de palma) y partió. Pero encontró muchos caminos por donde ir  y tomó el que la llevó a la casa del venado. Allí conoció al venado, se entretuvo jugando con él y se olvidó de su tarea.
Cuando regresó donde su padre no traía la luz. Entonces el padre resolvió enviar a la hija menor:
La muchacha tomó el buen camino y después de mucho andar, llegó a la casa del dueño de la luz.
    -Vengo a conocerte -le dijo, a estar contigo y a obtener la luz para mi padre.
Y el dueño de la luz le contestó:
    -Te esperaba. Ahora que llegaste, vivirás conmigo.
El joven tomó el torotoro (caja hecha con juncos) que tenía a su lado y con mucho cuidado, la abrió. La luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos. Y también el pelo y los ojos negros de la muchacha.
Así, ella descubrió la luz, y el joven, después de mostrársela, la guardó.
Todos los días, el dueño de la luz la sacaba de su caja y hacía la claridad para hacer feliz a la muchacha.
Así pasó el tiempo. Jugaban con la luz y reían. Por fin, la muchacha recordó que tenía que volver con su padre y llevarle la luz que había venido a buscar.
El dueño de la luz, que se había enamorado de ella, se la regaló:
    -Toma la luz. Así podrás verlo todo.
La muchacha regresó donde su padre y le entregó la luz encerrada en el torotoro. El padre tomó la caja, la abrió y la colgó en uno de los troncos que sostenían el palafito. Los rayos de luz iluminaron el agua del río, las hojas de los mangles y los frutos del merey.
Al saberse en los distintos pueblos del Delta del Orinoco que existía una familia que tenía la luz, comenzaron a venir los warao a conocerla. Llegaron en sus curiaras desde los caños Araguabisi, Manamo y Amacuro. Curiaras y más curiaras (embarcaciones largas hechas con tronco ahuecado) llenas de gente y más gente.
Llegó un momento en que el palafito(Vivienda construida sobre el agua, apoyada en estacas de madera)  no podía ya soportar el peso de tanta gente. Y nadie se marchaba porque estaban maravillados con la luz  y ya no querían seguir viviendo a oscuras.
Por fin, el padre de las muchachas se le ocurrió una idea para que todos pudieran beneficiarse de la luz. Y de un fuerte manotazo, rompió la caja y lanzó la luz al cielo.
El cuerpo de la luz voló hacia el Este y la caja hacia el Oeste.
Del cuerpo de la luz se hizo el sol. Y de la caja en que la guardaban, surgió la luna.
De un lado quedó el sol y del otro, la luna.
Pero como todavía llevaban la fuerza del brazo que los había lanzado, el sol y la luna marchaban muy rápido. El día y la noche eran muy cortos, y amanecía y oscurecía a cada rato.
Entonces el padre le dijo a su hija menor:
    -Tráeme un morrocoy pequeño.
Y cuando tuvo en sus manos el morrocoy, esperó a que el sol estuviera sobre su cabeza y lo lazó con una cuerda  y en el otro extremo amarró al morrocoy. Y le dijo:
    - Toma este morrocoy. Es tuyo. Espéralo.
Desde ese momento, el sol caminaba al paso del morrocoy, como va hoy en día, alumbrando hasta que llega la noche.