Muchas son las versiones de la trama que este trío protagoniza en los cuentos de hadas de occidente y mucho el daño que han hecho en una sociedad androcéntrica que haciendo una interpretación literal, asigna la languidez e indefensión a lo femenino, la gallardía, la valentía a lo masculino y teme a la violencia y la ferocidad. El resultado han sido mujeres que esperan ser rescatadas, hombres que tienen que probar constantemente su fuerza y su poder. O por el contrario, ante una realidad donde lo femenino se reivindica desde los valores masculinos, encontramos mujeres que reniegan de cualquier manifestación del estereotipo femenino y hombres que han perdido el norte porque ya no hay a quien salvar. Entender qué significa ser hombre o ser mujer hoy, integrar lo femenino y lo masculino en el proceso de cada individuo para convertirse en persona y diferenciarlo de la asignación de roles, es una larga tarea que apenas comenzamos a vislumbrar.
Yo que he pasado por el veto a los cuentos de hadas y que sin embargo, encuentro en los relatos algo magnético que me mantiene en ellos y después de leer el análisis que Clarissa Pinkola Estés hace de los relatos en su libro Mujeres que corren con los lobos, me atrevo, si se me perdona el atrevimiento, a hacer un ejercicio de lectura de la leyenda de San Jorge que vaya más allá de los estereotipos. Hay versiones de esta leyenda en distintos países, cada país se la adjudica a sí mismo. La que conozco más de cerca es la catalana, donde se le llama Sant Jordi. Escogeré esta versión como referencia y agregaré un elemento que a veces se nombra y otras no, la fuente de agua.
Cuenta la leyenda que en Montblanc, un dragón terrible hizo su nido en la fuente de agua que abastecía al poblado y además hacía estragos en casas y ganado. Para apartarlo de la fuente los habitantes diariamente le ofrecían en sacrificio a una persona escogida por sorteo. Un día la suerte señaló a la hija del rey. Todo el pueblo estaba entristecido por la suerte que correría la princesa pero ella aceptó su destino y fue al encuentro del dragón. Cuando estaba a punto de ser devorada, apareció San Jorge con su armadura y su lanza montado a caballo, se enfrentó al dragón, dándole muerte y salvó a la princesa. De la sangre del dragón brotó una rosa que San Jorge le regaló a la doncella. Es así como cada 23 de abril, día de Sant Jordi, tradicionalmente en Cataluña las chicas reciben de los chicos una rosa y los venderores de flores “hacen su agosto” como diríamos en Venezuela. Además la fecha concuerda con el día del libro así también se regalan libros y los libreros también quedan contentos. La verdad es que echo de menos aquel festival de libros y flores que toma la ciudad y en el que uno se va de shopping literario y tanto libros como rosas son regalos bien recibidos.
Pero volviendo al cuento, el ejercicio consiste, no en hacer paralelismos entre personajes masculinos/femeninos y hombres/ mujeres sino intentar ver a todos los personajes como parte de la estructura psíquica de la misma persona. El agua de la fuente es símbolo de vida y creación, no es casual que el dragón intente dominarla. Este dragón es energía pura que puede ser usada en su violencia, tanto para la creación como para la destrucción, así como el fuego puede calentar o arrasar todo a su paso. En el relato esta energía está fuera de control y se convierte en depredadora de la psique, en esa sombra que aniquila cualquier intento de crear, que empuja a tendencias autodestructivas, que bloquea el acceso a la fuente y disipa cualquier intento de llevar un proyecto adelante, que devora la consciencia de la propia valía, que infunde miedo y nos consume la vida misma.
La princesa es el alma o anima, lejos de ser indefensa es quizás la más sabia, ella sabe que al depredador no se le puede simplemente ignorar o tratar de apaciguar cediendo pequeñas parcelas del ser, para vencer a la sombra es necesario mirarla de frente y salir a su encuentro. Es ella, el alma, con su determinación la que provoca un movimiento dentro de la psique y este movimiento, esta acción ejecutora de los intereses del anima es representada por el caballero o animus. Sin la audacia y el riesgo del alma no surge la urgencia de la acción, la voluntad de hacer, el brazo ejecutor de aquello que se ha visto. Cuando anima y animus están equilibrados y sanos, el depredador es neutralizado y la vida creativa no se queda en la idea sino que es también acción. El animus es el encargado de afirmar y ejecutar en el mundo exterior aquello que el anima ha gestado en el mundo interior.
De esta manera el caballero termina la labor comenzada por la doncella y el dragón, muere en su forma destructiva y se transforma en vida y belleza con la misma fuerza y contundencia pero con otro propósito. No se trata simplemente de exorcizar un mal, de hacer como si la sombra que todos tenemos no existiera, tratando de reprimirla o matarla sino de incorporarla, utilizar todo su potencial para otra expresión, en este caso la rosa.
Me gusta pensar en el gesto de recibir o dar la rosa, más que como un gesto romántico, como símbolo de la posibilidad de transformación, de la vida que se impone sobre la muerte, de esperanza y creación sobre todo en estos días de fiesta pascual.
Yo que he pasado por el veto a los cuentos de hadas y que sin embargo, encuentro en los relatos algo magnético que me mantiene en ellos y después de leer el análisis que Clarissa Pinkola Estés hace de los relatos en su libro Mujeres que corren con los lobos, me atrevo, si se me perdona el atrevimiento, a hacer un ejercicio de lectura de la leyenda de San Jorge que vaya más allá de los estereotipos. Hay versiones de esta leyenda en distintos países, cada país se la adjudica a sí mismo. La que conozco más de cerca es la catalana, donde se le llama Sant Jordi. Escogeré esta versión como referencia y agregaré un elemento que a veces se nombra y otras no, la fuente de agua.
Cuenta la leyenda que en Montblanc, un dragón terrible hizo su nido en la fuente de agua que abastecía al poblado y además hacía estragos en casas y ganado. Para apartarlo de la fuente los habitantes diariamente le ofrecían en sacrificio a una persona escogida por sorteo. Un día la suerte señaló a la hija del rey. Todo el pueblo estaba entristecido por la suerte que correría la princesa pero ella aceptó su destino y fue al encuentro del dragón. Cuando estaba a punto de ser devorada, apareció San Jorge con su armadura y su lanza montado a caballo, se enfrentó al dragón, dándole muerte y salvó a la princesa. De la sangre del dragón brotó una rosa que San Jorge le regaló a la doncella. Es así como cada 23 de abril, día de Sant Jordi, tradicionalmente en Cataluña las chicas reciben de los chicos una rosa y los venderores de flores “hacen su agosto” como diríamos en Venezuela. Además la fecha concuerda con el día del libro así también se regalan libros y los libreros también quedan contentos. La verdad es que echo de menos aquel festival de libros y flores que toma la ciudad y en el que uno se va de shopping literario y tanto libros como rosas son regalos bien recibidos.
Pero volviendo al cuento, el ejercicio consiste, no en hacer paralelismos entre personajes masculinos/femeninos y hombres/ mujeres sino intentar ver a todos los personajes como parte de la estructura psíquica de la misma persona. El agua de la fuente es símbolo de vida y creación, no es casual que el dragón intente dominarla. Este dragón es energía pura que puede ser usada en su violencia, tanto para la creación como para la destrucción, así como el fuego puede calentar o arrasar todo a su paso. En el relato esta energía está fuera de control y se convierte en depredadora de la psique, en esa sombra que aniquila cualquier intento de crear, que empuja a tendencias autodestructivas, que bloquea el acceso a la fuente y disipa cualquier intento de llevar un proyecto adelante, que devora la consciencia de la propia valía, que infunde miedo y nos consume la vida misma.
La princesa es el alma o anima, lejos de ser indefensa es quizás la más sabia, ella sabe que al depredador no se le puede simplemente ignorar o tratar de apaciguar cediendo pequeñas parcelas del ser, para vencer a la sombra es necesario mirarla de frente y salir a su encuentro. Es ella, el alma, con su determinación la que provoca un movimiento dentro de la psique y este movimiento, esta acción ejecutora de los intereses del anima es representada por el caballero o animus. Sin la audacia y el riesgo del alma no surge la urgencia de la acción, la voluntad de hacer, el brazo ejecutor de aquello que se ha visto. Cuando anima y animus están equilibrados y sanos, el depredador es neutralizado y la vida creativa no se queda en la idea sino que es también acción. El animus es el encargado de afirmar y ejecutar en el mundo exterior aquello que el anima ha gestado en el mundo interior.
De esta manera el caballero termina la labor comenzada por la doncella y el dragón, muere en su forma destructiva y se transforma en vida y belleza con la misma fuerza y contundencia pero con otro propósito. No se trata simplemente de exorcizar un mal, de hacer como si la sombra que todos tenemos no existiera, tratando de reprimirla o matarla sino de incorporarla, utilizar todo su potencial para otra expresión, en este caso la rosa.
Me gusta pensar en el gesto de recibir o dar la rosa, más que como un gesto romántico, como símbolo de la posibilidad de transformación, de la vida que se impone sobre la muerte, de esperanza y creación sobre todo en estos días de fiesta pascual.