lunes, 28 de diciembre de 2009

El Anillo

Era un día soleado cerca de la hora del mediodía, ante mí el camino se abría ancho y serpenteante. Había árboles de altas copas a lado y lado del camino, que dejaban ver un cielo azul despejado, a pesar de ser época invernal.

Yo caminaba pausadamente sin poder ver el final del sendero y sin embargo iba tranquila y confiada. De repente, encontré bajo mis pies una colina, desde donde podía divisar a lo lejos un pequeño poblado hecho de piedra. Bajé por la colina, caminé por las calles empedradas y solitarias, que bañadas de sol de mediodía, no podían mantener en ellas a lugareños ni forasteros.

La campana de la torre de la iglesia anunciaba la una. Encandilada por el sol, alcancé a ver una casita con la puerta abierta. A medida que me acercaba me di cuenta de que era una especie de quincalla, con objetos de aparente poco valor: un guijarro roto, conchas marinas, un tronco hueco, catalejos, brújulas, plumas y cera para lacrado, pergaminos y papiros, libros polvorientos, objetos medievales de cocina… En un rincón un objeto tubular llamó mi atención, al acercarme supe que era un caleidoscopio que me permitía ver mi entorno de maneras diferentes, entonces entendí que el lugar era un depósito de objetos mágicos. Al instante una anciana con el cabello largo y gris, salió del fondo del lugar. Su mirada era escrutadora y su semblante no dejaba percibir si era inofensiva o peligrosa. Seguí examinando el caleidoscopio y comprendí que tenía la propiedad de dejar ver más allá de lo aparente, como si con él se pudiera entrever la naturaleza de las cosas y de esta manera aproximarse con confianza a eso sospechoso, desconocido o incierto que tienen los objetos, las personas y las situaciones.

Estaba claro que ese era el objeto que me llevaría de aquel lugar, un objeto peculiar, hermoso y sumamente necesario. Pero ocurría que tenía que dejar algo a cambio a la anciana, no tenía nada de valor material conmigo, no se me ocurría un gesto intangible que equiparara el valor del objeto escogido. Entonces recordé mi anillo de bodas y tuve la certeza, no sin cierta resistencia, de que debía dejarlo allí, desprenderme de un objeto preciado por otro. Así lo hice y salí de la tienda de objetos mágicos con la sensación de haber hecho lo correcto. Y con mi caleidoscopio en la mano, seguí caminando.

Hoy, cuando la vida parece abrirse paso hacia lugares inciertos, al igual que en esta visualización de la Psicoterapia Gestalt, entrego mi anillo de boda y lo cambio por la posibilidad de comprender desde las vísceras y el corazón la naturaleza del amor, de poder depositar de nuevo y aun con mayor libertad, mi confianza en el otro y por la esperanza de acabar llegando a un lugar donde realmente me estén esperando.