Pachamama por Neritza Pinillos M |
Es así como de nuevo me veo armando mis maletas, yéndome, o llegando, según dónde se coloque el referente, discerniendo qué meto en la mochila y que dejo atrás, de qué puedo prescindir y de qué no. Como si el viaje perpetuo me pusiera de nuevo ante la pregunta ontológica de quién soy y adónde voy.
Mi recorrido empieza antes de partir de Venezuela. Me he topado nuevamente con una obra del Teatro Altosf llamada precisamente Volunta Tua que me ha recordado que al igual que el amor, el duelo y el perdón, alinear la voluntad con la Voluntad es un proceso que exige en el momento inicial una estructura, un procedimiento, un modo y orden como diría Ignacio, para disponerse y finalmente entregarse. En este cruce de voluntades terminé recibiendo un estupendo regalo de despedida en el Spa Renacer, que aunque suena trivial, he de decir que fue una de las mejores experiencias sensoriales que he tenido en la vida, y mira que he tenido bastantes. El lugar en sí, el cuidado en el más mínimo detalle, la atención y sobre todo la naturaleza en todo su esplendor, hicieron del momento una experiencia mística. No exagero al decir que me sentí allí amada por Dios y al salir, con la confianza y tranquilidad que constantemente nos roba el miedo cotidiano. De esta experiencia saco dos conclusiones, la primera, que necesitamos ser tocados, acoger al cuerpo con amor y que esta aceptación misericordiosa de la instancia más básica y concreta del ser, es una vía de acercamiento a la Divinidad; segundo, que la Tierra en sus múltiples expresiones naturales crea un nexo con ella tan fuerte, que en el imaginario llevamos por siempre el pasaje natural en el que hemos nacido como una marca imborrable. En mi caso y a pesar de ser citadina, el verde multitónico y salvaje, la lluvia torrencial y el sol inclemente. La nostalgia del que emigra es la nostalgia por una tierra que no existe en los mapas sino en el alma, paisajes internos de una tierra que nos acoge y contiene, donde no somos extranjeros. Así debe ser el Reino que nombran los Evangelios.
Ahora estoy aquí. Esta mañana al salir a la calle, los olores de la ciudad me han invadido como no es habitual en mí. Sobre todo el mal olor del suelo asfaltado. Hoy he rendido tributo a la Pachamama, he evocado a mi tierra con emoción y sin nostalgia, he agradecido a la Tierra toda su generosidad infinitamente grande en comparación con la mía. He agradecido por esta ciudad y su manera de recibirme, con todo y su escasez de árboles, sus malos olores y sequedades. Hoy he sentido que el alma me ha llegado al cuerpo, que ha aterrizado en esta ciudad curiosa, después de tres semanas de haber llegado yo. Hoy después de de nueve meses sin poder escribir en este blog, la palabra surge como parida de eso profundo que me conecta con la tierra, con la vida.
En la noche ha llovido, el agua ha limpiado y se ha llevado la suciedad. Las gracias fueron recibidas y se nos ha regalado el olor a tierra mojada y la posibilidad. Siempre se habla del viajero que deja su tierra o de quien regresa a ella, pero ¿cómo es eso de retornar a una tierra extranjera? Sin ser de aquí ni ser de allá. Ser cosmopolita no es suficiente. Quizás sólo baste recordar ese lugar de adentro que invocan el sol, la lluvia y el follaje, un lugar que no está sino en el centro del pecho, que guarda los misterios de la vida y de la muerte, las mejores semillas y en donde en tiempos de caos y oscuridad el Espíritu bate sus alas sobre las aguas y todo comienza de nuevo y es bueno.
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