martes, 17 de enero de 2012

Deseos apropiados

Que no expropiados, aunque la palabra esté de boca en boca últimamente en Venezuela. Me adueño con toda libertad porque pienso que los buenos deseos están fuera del alcance de la propiedad privada e intelectual y pertenecen a la especie, que aunque perpetre actos terriblesy tenga el gérmen del egoísmo, también tiene la semilla que quiere encontrar la buena tierra para dar frutos.
Así que este año, desearé estos deseos apropiados, porque los hago míos y porque son adecuados para el momento actual, que a su vez me han sido deseados por una amiga mía y que se le han adjudicado a Víctor Hugo que quién sabe de quién los heredó.
Así pues, para mí y para todos los lectores de estas líneas, mis deseos para este año que comienza:


Te deseo primero que ames, y que amando, también seas amado. Y que, de no ser así, seas breve en olvidar y que después de olvidar, no guardes rencores. Deseo, pues, que no sea así, pero que si es, sepas ser sin desesperar

Te deseo también que tengas amigos, y que, incluso malos e inconsecuentes, sean valientes y fieles, y que por lo menos haya uno en quien puedas confiar sin dudar. Y porque la vida es así, te deseo también que tengas enemigos. Ni muchos ni pocos, en la medida exacta, para que, algunas veces, te cuestiones tus propias certezas. Y que entre ellos, haya por lo menos uno que sea justo, para que no te sientas demasiado seguro.

Te deseo además que seas útil, más no insustituible. Y que en los momentos malos, cuando no quede más nada, esa utilidad sea suficiente para mantenerte en pie. Igualmente, te deseo que seas tolerante; no con los que se equivocan poco, porque eso es fácil, sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente, y que haciendo buen uso de esa tolerancia, sirvas de ejemplo a otros.

Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero. Porque cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario dejar que fluyan entre nosotros.

Te deseo de paso que seas triste. No todo el año, sino apenas un día. Pero que en ese día descubras que la risa diaria es buena, que la risa habitual es sosa y la risa constante es malsana.

Te deseo que descubras, con urgencia máxima, por encima y a pesar de todo, que existen, y que te rodean, seres oprimidos, tratados con injusticia y personas infelices.

Te deseo que acaricies un gato, alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero erguir triunfante su canto matinal, porque de esta manera, sentirás bien por nada. Deseo también que plantes una semilla, por más minúscula que sea, y la acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuantas vidas esta hecho un árbol.

Te deseo, además, que tengas dinero, porque es necesario ser práctico. Y que por lo menos una vez por año pongas algo de ese dinero frente a ti y digas: "Esto es mío", sólo para que quede claro quien es el dueño de quien.

Te deseo también que ninguno de tus afectos muera, pero que si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.

Te deseo por fin que, siendo hombre, tengas una buena mujer, y que siendo mujer, tengas un buen hombre, mañana y al día siguiente, y que cuando estén exhaustos y sonrientes, hablen sobre amor para recomenzar.

    Si todas estas cosas llegaran a pasar, no tengo más nada que desearte.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Solsticio de Invierno

A paso de morrocoy por Neritza Pinillos M
 Un homenaje al sol en este solsticio de invierno.
El dueño de la luz
(Cuento Warao - Venezuela)
 En un principio la gente vivía en la oscuridad. Los warao buscaban yuruma (médula de palma para hacer pan) en tinieblas y sólo se alumbraban con candela que sacaban de la madera. En ese entonces, no existía el día ni la noche.

Un hombre que tenía dos hijas supo un día que había un joven dueño de la luz. Llamó entonces a su hija mayor y la envió a a buscar y traer la luz para su pueblo.
Ella tomó su mapir (canasto hecho de palma) y partió. Pero encontró muchos caminos por donde ir  y tomó el que la llevó a la casa del venado. Allí conoció al venado, se entretuvo jugando con él y se olvidó de su tarea.
Cuando regresó donde su padre no traía la luz. Entonces el padre resolvió enviar a la hija menor:
La muchacha tomó el buen camino y después de mucho andar, llegó a la casa del dueño de la luz.
    -Vengo a conocerte -le dijo, a estar contigo y a obtener la luz para mi padre.
Y el dueño de la luz le contestó:
    -Te esperaba. Ahora que llegaste, vivirás conmigo.
El joven tomó el torotoro (caja hecha con juncos) que tenía a su lado y con mucho cuidado, la abrió. La luz iluminó sus brazos y sus dientes blancos. Y también el pelo y los ojos negros de la muchacha.
Así, ella descubrió la luz, y el joven, después de mostrársela, la guardó.
Todos los días, el dueño de la luz la sacaba de su caja y hacía la claridad para hacer feliz a la muchacha.
Así pasó el tiempo. Jugaban con la luz y reían. Por fin, la muchacha recordó que tenía que volver con su padre y llevarle la luz que había venido a buscar.
El dueño de la luz, que se había enamorado de ella, se la regaló:
    -Toma la luz. Así podrás verlo todo.
La muchacha regresó donde su padre y le entregó la luz encerrada en el torotoro. El padre tomó la caja, la abrió y la colgó en uno de los troncos que sostenían el palafito. Los rayos de luz iluminaron el agua del río, las hojas de los mangles y los frutos del merey.
Al saberse en los distintos pueblos del Delta del Orinoco que existía una familia que tenía la luz, comenzaron a venir los warao a conocerla. Llegaron en sus curiaras desde los caños Araguabisi, Manamo y Amacuro. Curiaras y más curiaras (embarcaciones largas hechas con tronco ahuecado) llenas de gente y más gente.
Llegó un momento en que el palafito(Vivienda construida sobre el agua, apoyada en estacas de madera)  no podía ya soportar el peso de tanta gente. Y nadie se marchaba porque estaban maravillados con la luz  y ya no querían seguir viviendo a oscuras.
Por fin, el padre de las muchachas se le ocurrió una idea para que todos pudieran beneficiarse de la luz. Y de un fuerte manotazo, rompió la caja y lanzó la luz al cielo.
El cuerpo de la luz voló hacia el Este y la caja hacia el Oeste.
Del cuerpo de la luz se hizo el sol. Y de la caja en que la guardaban, surgió la luna.
De un lado quedó el sol y del otro, la luna.
Pero como todavía llevaban la fuerza del brazo que los había lanzado, el sol y la luna marchaban muy rápido. El día y la noche eran muy cortos, y amanecía y oscurecía a cada rato.
Entonces el padre le dijo a su hija menor:
    -Tráeme un morrocoy pequeño.
Y cuando tuvo en sus manos el morrocoy, esperó a que el sol estuviera sobre su cabeza y lo lazó con una cuerda  y en el otro extremo amarró al morrocoy. Y le dijo:
    - Toma este morrocoy. Es tuyo. Espéralo.
Desde ese momento, el sol caminaba al paso del morrocoy, como va hoy en día, alumbrando hasta que llega la noche.


viernes, 7 de octubre de 2011

Trópico Inexorable

Pachamama por Neritza Pinillos M
De tanto ir y venir no sé ya si me voy o regreso, si llego a casa o la llevo a cuestas, siempre en tránsito, con un destino en cada  afecto, que se configura en la nostalgia de la despedida, con la promesa de un hasta luego.

Es así como de nuevo me veo armando mis maletas, yéndome, o llegando, según dónde se coloque el referente, discerniendo qué meto en la mochila y que dejo atrás, de qué puedo prescindir y de qué no. Como si el viaje perpetuo me pusiera de nuevo ante la pregunta ontológica de quién soy y adónde voy.

Mi recorrido empieza antes de partir de Venezuela. Me he topado nuevamente con una obra del Teatro Altosf llamada precisamente Volunta Tua que me ha recordado que al igual que el amor, el duelo y el perdón, alinear la voluntad con la Voluntad es un proceso que exige en el momento inicial una estructura, un procedimiento, un modo y orden como diría Ignacio,  para disponerse y finalmente entregarse. En este cruce de voluntades terminé recibiendo un estupendo regalo de despedida en el Spa Renacer, que aunque suena trivial, he de decir que fue una de las mejores experiencias sensoriales que he tenido en la vida, y mira que he tenido bastantes. El lugar en sí, el cuidado en el más mínimo detalle, la atención y sobre todo la naturaleza en todo su esplendor, hicieron del momento una experiencia mística. No exagero al decir que me sentí allí amada por Dios y al salir, con la confianza y tranquilidad que constantemente nos roba el miedo cotidiano. De esta experiencia saco dos conclusiones, la primera, que necesitamos ser tocados, acoger al cuerpo con amor y que esta aceptación misericordiosa de la instancia más básica y concreta del ser, es una vía de acercamiento a la Divinidad; segundo, que la Tierra en sus múltiples expresiones naturales crea un nexo con ella tan fuerte, que en el imaginario llevamos por siempre el pasaje natural en el que hemos nacido como una marca imborrable. En mi caso y a pesar de ser citadina, el verde multitónico y salvaje, la lluvia torrencial y el sol inclemente. La nostalgia del que emigra es la nostalgia por una tierra que no existe en los mapas sino en el alma, paisajes internos de una tierra que nos acoge y contiene, donde no somos extranjeros. Así debe ser el Reino que nombran los Evangelios.

Ahora estoy aquí. Esta mañana al salir a la calle, los olores de la ciudad me han invadido como no es habitual en mí. Sobre todo el mal olor del suelo asfaltado. Hoy he rendido tributo a la Pachamama, he evocado  a mi tierra con emoción y sin nostalgia, he agradecido a la Tierra toda su generosidad infinitamente  grande en comparación con la mía. He agradecido por esta ciudad y su manera de recibirme, con todo y su escasez de árboles, sus malos olores y sequedades. Hoy he sentido que el alma me ha llegado al cuerpo, que ha aterrizado en esta ciudad curiosa, después de tres semanas de haber llegado yo. Hoy después de de nueve meses sin poder escribir en este blog, la palabra surge como parida de eso profundo que me conecta con la tierra, con la vida.

En la noche ha llovido, el agua ha limpiado y se ha llevado la suciedad. Las gracias fueron recibidas y se nos ha regalado el olor a tierra mojada y la posibilidad. Siempre se habla del viajero que deja su tierra o de quien regresa a ella, pero  ¿cómo es eso de retornar a una tierra extranjera? Sin ser de aquí ni ser de allá. Ser cosmopolita no es suficiente. Quizás sólo baste recordar ese lugar de adentro que invocan  el sol, la lluvia y el follaje, un lugar que no está sino en el centro del pecho, que guarda los misterios de la vida y de la muerte, las mejores semillas y en donde en tiempos de caos y oscuridad el Espíritu bate sus alas sobre las aguas y todo comienza de nuevo y es bueno.

domingo, 16 de enero de 2011

Arácnida

Aprendí a tejer a los 8 años. No heredé la enseñanza ni de mi  madre, ni de mi abuela. Una vecina de origen andino se ofreció a enseñarme en su casa y yo aprendí rápidamente como si mis dedos vinieran programados desde lejanos tiempos para hacer esta labor. Me gusta hacerlo con ganchillo, sutil y disimulado. Con las  grandes agujas pierdo el ritmo y el tejido se me hace eterno. 

Al principio, los diseños eran siempre circulares, luego aprendí a tejer piezas separadas que después unía con agujas de coser punta roma y el mismo estambre. Al igual que la escritura y la pintura, siempre vuelven las ganas de tejer, sobre todo en momentos de repliegue sobre mí misma, como si con cada punto me fuera armando por dentro en una estructura armónica y regular,  o  hiciera una piel de estambre mullida y tibia a sabiendas de que la que tengo ya no me sirve y es hora de mudarla.

Soy tejedora. Voy entrecruzando los hilos de mi historia, sólo a través del retículo mi vida cobra sentido y las cosas pueden conectarse. Voy tejiendo una red de vínculos que mantienen tenso el hilo, urdimbre de relaciones, mis hilos y los ajenos en un entrelazado delicado y resistente.

Pero tejer tiene también este lado oscuro, el del liar compulsivo, la acción vehemente y ciega de lazar y retener. La ilusión del poder entre las manos de hacer de un hilo casual una terca red, sin más propósito que la saciedad del hambre pulsátil, de sortear la constante incertidumbre.  Así, mueren insectos, peces y hombres. Rodeados, engañados por la belleza del tejido, del ensueño y la seguridad de la fibra envolvente. Mientras la araña, atrapada en la acción que la define, sigue tejiendo aunque se indigeste con el falso alimento que la deja aun más necesitada.

¿Puede Aracne librarse de la condena de tejer?
Aferrada al vaivén incesante del punto de crochet
es presa de la repetición, de la trama circular
Quizás ha de procurarse la inmovilidad, matarse de hambre
Halar, casi sin darse cuenta, el hilo resistente a deshilvanarse
en el umbral de la ausencia
La entrega al vertiginoso deshacerse del tejido
La nada que se traga la forma
El hilo deforme, la  maraña entre las manos
Sin saber qué hacer con esto que antes era simetría y orden
Y que ahora es sólo caos y memoria constreñida
Sé que no hay vuelta atrás
La red está deshecha.
Tratar de desenredar el ovillo es inútil
El hilo no tiene final ni comienzo
Un extremo, sólo uno, bastaría para recaer y recomenzar
Así que de este vacío hecho de enredos
me columpio en el indomable desasosiego
me hago un brocado de nudos donde espero
Y me sueño crisálida
Y me sé siempre araña.

miércoles, 5 de enero de 2011

Año nuevo, la vida continúa.

Es usual al principio de un nuevo año hacer una lista de buenos propósitos. Con algunos muy concretos de la lista del año pasado me fue muy bien, aumenté un par de kilos y tomé vino hasta el cansancio, desplegué mi lado cursi y supersticioso sin ningún pudor, en algunos cuentos que escribí; reí a carcajadas con tanta intensidad como lloré; logré llegar tarde a alguna cita, pero ese no vale porque en esta ciudad, el tráfico está favor de ese propósito. Con otros, me he dado cuenta de que llevarán un poco más de tiempo y con algunos, que son trabajo de toda la vida, de año tras año.

Así que este año he decidido no tener ningún propósito, o por lo menos sólo los mínimos necesarios, que no escribiré aquí. Pero sí  muchos deseos, quiero desear sin tener sobre mis hombros la carga de la omnipotencia, lo quiero todo regalado, quiero poder  sorprenderme y agradecer, que el deseo sincero de corazón, sin lucha y sin esfuerzo, sea suficiente para dejarme llevar hasta su consumación.

Así que aquí va mi lista:

1. Dejar de lado los porqués.
2. Ser feliz con benevolencia.
3. No contribuir con mi juicio a ampliar el círculo de los excluidos.
4. Resistir a la ilusión de creerme mejor que los demás.
5. Soltar y saltar al vacío.
6. Orar, bailar y cantar, que son un poco lo mismo.
7. Rendir tributo a Dioniso.
8. Llevar a tope mi sentimiento primario.
9. Vivir plenamente los tiempos que me correspondan.
10. Acogerme con ternura.
11. Expresarme con claridad y sencillez, sin sigilo ni artificio.
12. Entregarme al suceder, con los ojos y el corazón abiertos.
13. Discernir lo que depende de mi voluntad y dirigirla con acierto.
14. Cortar el círculo de las repeticiones obsoletas.
15. Agradecer cada día con todo lo que trae.
16. Saber cuándo es tiempo de irse de los lugares y no alargar las despedidas.
17. Pedir a cada quien sólo aquello que puede dar.
18. Que se cumplan todos los deseos que pedí con las uvas de las 12.

Si se me van ocurriendo otros pues los iré agregando, que desear se puede hacer durante todo el año y éste apenas comienza.

domingo, 12 de diciembre de 2010

La luz nacerá de las tinieblas

Si quitares de en medio de ti el yugo,
el dedo amenazador, 
y el hablar vanidad;
y si dieres tu pan al hambriento, 
y saciares al alma afligida,
en las tinieblas nacerá tu luz, 
y tu oscuridad será como el mediodía.


Isaías 58, 9-10




Hace tiempo vengo pensando en escribir un post de cierre de este año y no logro encontrar el tono apropiado, quizás porque yo misma estoy politonal. Este es sin duda uno de esos años en los que las biografías de los ilustres marcan un antes y un después, un hito, como lo llaman.

Me sabe a  nada la voz del optimismo ante una realidad que parece sobrepasarnos, las frases “el año que viene será mejor”, “dicha y prosperidad”, ”Felices fiestas”, se me atragantan. Sin embargo, contrario al pesimismo que a veces llevo a cuestas, la voz de la nube negra tampoco me funciona. Decir “ha sido espantoso este año de mierda” “Por mucho, el peor año de mi vida”  no le hace justicia a mi historia y a lo mucho que he recibido en estos doce meses. Parece entonces que los polos le dan paso a una voz más serena y recogida, más unitaria y no por ello menos sentida.

En estos días en donde la Navidad parece opacada por la desolación que han dejado las aguas revueltas, contemplo la imagen de lo frágil, lo pequeño, lo sencillo del niño en el pesebre, la posibilidad que surge desde lo poco. Ante eso  me rindo, me lleno de ternura,  suelto mis cargas. Veo a los que han perdido su hogar, recuerdo amigos que han perdido recién  a seres queridos, recuento mis propias pérdidas, y me siento cercana en la adversidad, igual de pequeña pero hermanada en la espera de la luz después de una noche que nunca es eterna. Paso revista a las ganancias, más difíciles de reportar, porque son frutos del Espíritu, zancadas del alma que se acelera. El balance suma cero. Podría morir en este instante sin la sensación de algo pendiente y  con el poema de Nervo en los labios:

Amé, fui amada, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!

Cuando pasen los años y recuerde éste que termina, quizás tenga una perspectiva más amplia para componer un relato autobiográfico:

Año 2010, Vargas Llosa ganaba el nobel de literatura, mientras el embate de las lluvias llenaba los titulares de los periódicos y me impedía llegar al taller de narrativa en el que a duras penas trataba tercamente de escribir…

El 2010 fue un año en el que las filas de los santos se engrosaron con algunos nombres cercanos y queridos, mientras al otro lado del Atlántico, la luz de una nueva vida venía a llenar de alegría mi corazón…

2010, más que nunca la palabra se afianzó como alimento, sobre todo cuando llegó el día en que el único trigo que me permitía ingerir era el pan eucarístico…

En aquel tiempo, me encontraría por primera vez ante los Ejercicios Espirituales ignacianos, mientras la Psicoterapia y las Moradas de Santa Teresa hacían lo suyo…

Aquel año mi vida daría un giro inesperado. A mis treinta y cinco me encontraba de pronto divorciada y convaleciente, con cicatrices en el cuerpo y en el alma...

Terminaba la primera década del segundo milenio con el comienzo del camino de regreso a mí misma después de un largo viaje. Cómo aquel en el que Perséfone luego de ser obligada a bajar al Averno y transitar por las tinieblas, se convierte en puente conector entre el mundo y el inframundo, donde se tejen los misterios de transformación...

Ha sido peculiar este año, año de hiel, año de bálsamo, intenso y numinoso. Espero la Navidad, que no es otra cosa que el nacimiento de la Luz del mundo en medio de las sombras. Que así sea.

martes, 31 de agosto de 2010

Pasión Mediterránea

El estruendo me sacó de mis cavilaciones, caminé por el corredor en penumbra, sigilosa, como presintiendo que lo que encontraría no sería agradable, pero deseando en el fondo, que mi sensación se debiera a esa tendencia paranoica que tengo ante lo desconocido.

Hacía un silencio sofocante, común en aquellos días del verano barcelonés, como si el sopor y la quietud de la hora de la siesta se condensaran en una masa espesa que opacaba el sonido a modo de sordina.

Ya el día anterior, al llegar a esta casa, que me daba la bienvenida sin la amabilidad de sus anfitriones y el alboroto de los niños, había tenido la impresión de estar en una escena de esas películas que comienzan con la protagonista llegando a un lugar aparentemente acogedor, que a medida que avanza la trama se convierte en un lugar aterrador.

Al entrar por primera vez, la casa cerrada me ofreció un olor a aire inmóvil, lo bichos merodeaban sin temor a ser perturbados por moradores más civilizados, la luz se abría paso con dificultad, dando esa impresión de casa dormida pero viva, quizás peligrosa o tal vez nido cálido que cobija vidas alegres y plenas, en ese momento ausentes.

Mientras terminaba de instalarme en la habitación de huéspedes, escuchaba el aleteo y grave zureo de las palomas en el exterior de la casa. No podía dejar de visualizar a las bandadas como una horda de ratas aladas, abalanzándose salvajes en busca de comida y cagándose en todo a su paso. Trataba de entender sin conseguirlo, la razón por la cual la gente insiste en alimentar a estos engendros lúgubres como si fueran adorables criaturas. Entonces escuché el sonido seco. Al acercarme descubrí un pequeño pozo de sangre, me detuve. El silencio continuaba dentro de la casa mientras los sonidos exteriores combinados con la visión de la sangre, me permitían formarme una imagen clara o más bien distorsionada de la situación. Al acercarme un poco más, salió de la nada y sin que pudiera anticipar un movimiento, una especie de bola negra con alas batientes, que se desplazaba rápidamente a ras del suelo, dejando en su movimiento violento, un rastro de sangre restregada.

Quedé paralizada en medio del corredor. Cualquier persona en mi lugar, sencillamente hubiese ido tras ella para resolver la situación por exterminio o desalojo. Pero la imagen de aquella figura siniestra me llenó de ese miedo a las sombras que a veces se me mete en el cuerpo. Con cautela, casi flotando sobre el suelo, me desplacé por la casa, descartando lugares dónde hubiese podido esconderse, cerrando puertas y pasadizos de manera de reducir al mínimo espacio posible la búsqueda de esa cosa.

Finalmente el área de búsqueda se redujo al salón. Estaba segura de que estaba allí, quieta, observando mis movimientos como un espectro nocturno que no le teme al mediodía. Busqué, por todos los rincones, con la esperanza de no encontrarla. Después de todo estaba mal herida, tendría sólo que esperar al día siguiente para recogerla muerta.

Limpié la sangre asquerosa, clausuré todo acceso al salón y esperé al día siguiente. Quede así confinada a un sector de la casa, cerrando puertas y ventanas para evitar la presencia de otros visitantes indeseables. En medio de ese encierro voluntario y con la tarea postergada, quedé inevitablemente excluida por mi adversaria a un espacio reducido, igual que ella.

Desde que el hecho me sorprendió justo en aquel pensamiento sobre las palomas, tuve la sensación de que el golpe y la sangre era una respuesta iracunda de ella a mi desprecio, estaba allí como signo macabro que anunciaba una muerte. Esa noche se me apareció en sueños, me atormentaba con su aleteo incesante y me manchaba de sangre mientras procuraba picotearme los ojos y los oídos.

Desperté sobresaltada por las palomas que revoloteaban en el tejado del edificio de enfrente. El sol anunciaba un nuevo día y el apremio por la tarea pendiente. De inmediato, como buena carcelera, fui a pasar revista a la rea. Con suerte estaría tiesa y desplumada. La divisé en un rincón, al lado del sofá, inmóvil. Me puse los guantes de hule dispuesta a recogerla, pero al acercarme, reveló su estrategia de muerte fingida y se vio complacida por mi humillación, cuando salí corriendo despavorida. De reojo, pude ver que tenía cercenada la mitad trasera del cuerpo y parecía tener la energía de los muertos revividos.

Llevé tiempo en recuperarme, enlazaba una imagen con otra y la sensación de angustia se me clavaba en el pecho. El ave maligna se había escondido debajo del sofá, simulaba estar asustada, pero en realidad se alimentaba de mi miedo y se hacía más fuerte. Moví el sofá con cuidado para dejarla al descubierto y me di cuenta con repugnancia cómo había cagado por todos lados marcando el territorio ocupado. Un extraño furor removió mis vísceras, no estaba dispuesta a aceptar esta versión cutre del cuervo de Allan Poe y fui yo quien le dijo a ella nunca más. Entonces, el miedo se convirtió en rabia y emprendí la cruzada contra la paloma negra. Como por obra de dioses oscuros, se movía con rapidez desplegando sus alas o con su paso tintineante y burlón, no había rastros de sangre y su cuerpo estaba entero. Después de muchas persecuciones y hostigamientos, finalmente logré atraparla. Presionaba con mis dedos los delicados huesecillos que conformaban su estructura. Sentía su vulnerabilidad y el placer que da el poder de quitar la vida. Apretaba con más fuerza su cuerpo tibio y suave cuando de repente algo sucedió, la vi tan pequeña e indefensa, con tanto miedo a morir, solitaria y atrapada, que tuve compasión de ella, la saqué por la ventana y la solté. Esperaba que se fuera volando enseguida y sin embargo, cayó al suelo, inmóvil, rígida, con la mirada petrificada de quien ve pasar volando la muerte. Me asusté, cerré rápidamente la cortina y comencé a limpiar todo el reguero.