El camino a la perfección, la verdad, el conocimiento pareciera una incógnita siempre abierta que místicos, pensadores y artistas han intentado darle respuesta y que sigue de alguna manera siempre llamando a ser respondida.
Es una estructura que me resulta magnética, quizás por la posibilidad de interacción y la invitación que en sí misma contiene el concepto de escalera hacia el conocimiento. En estos días volví a Montserrat con mis cuñados que están de visita en Barcelona. Pasamos a ver la escultura y me quedé pensando en cómo esa interacción con ella me decía cosas de mí misma y de cómo va cambiando mi relación con el entendimiento y la Divinidad.
Esta vez subí de espaldas, tomando impulso desde el suelo y sentándome en cada escalón, no con la gallardía y agilidad del alpinista con que subió mi cuñado, siempre asociada culturalmente al varón, sino con el esfuerzo que me suponía la ropa de invierno y la falta de entrenamiento físico, pero también con el sosiego y la pausa de ir pasando por cada peldaño, mirando hacia abajo lo que iba dejando y sin el ansia de llegar a la cima, porque en definitiva a pesar de la jerarquía, cada escalón contiene atributos de Dios (que son femeninos, por cierto, según Llull) que se han de incorporar para pasar al siguiente, pero Dios sigue estando presente en la piedra, la flama, la planta, la bestia, el hombre... Cuando llegué al peldaño del hombre, o mujer en este caso, el vértigo comenzó a aparecer, porque no es posible desde allí evadir la presencia del precipicio que se extiende, mientras los peldaños se hacen cada vez más estrechos. Me detuve. El camino en ascenso también se refiere a pasar de lo individual a lo universal y renunciar al ego, a la vanidad, al logro, al éxito. El miedo a la muerte necesita de la fe y la confianza en ese Dios al que se quiere encontrar, yo no estaba allí para demostrar ni demostrarme nada, no quería ser Babel, no quería ser Dios, quería encontrarme con él y para ello las dos partes habían de interactuar, no era mi voluntad, ni mi fuerza lo que determinaba subir los últimos peldaños, sino la asistencia, la respuesta de ese a quien buscaba y que ahora estaba dispuesta a recibir. Fue así como después de la pausa y la súplica, con la confianza renovada terminé de subir hasta el último peldaño y luego de las fotos correspondientes, me quedé un momento en silencio contemplando el paisaje inmenso bajo mis pies. Y Dios pasó como un viento suave “... y me susurró al oído dulces palabras. Y como el mar que abraza al arrollo que corre hasta él, Dios me abrazó. Y cuando bajé a las planicies y a los valles vi que Dios también estaba allí.”*
* Kalil Gibran. El Loco