domingo, 7 de febrero de 2010

Avatar: El drama del antropocentrismo


Merece la pena hacer una reseña de la película que superó el record de Titanic, y se ha convertido en la película más taquillera de la historia cinematográfica. La película es bastante fabuloide, en el sentido de la fábula, con personajes que parecen animales pero muestran características humanas y contiene, en este caso de forma excesivamente explícita, una moraleja.

Basado en el discurso ecologista de moda, con un despliegue de imágenes de alta resolución, una superproducción millonaria, la creación extraordinaria de un mundo paralelo, que nada tiene que envidiarle a la Tierra Media del Señor de los Anillos, con la mezcla de romance, acción y exacerbación del sentimiento gregario e indignación ante la injusticia, Avatar tiene todos los ingredientes para el entretenimiento y para vender la ilusión de que con sólo sentimiento y buenas intenciones un mundo mejor es posible. Así el espectador, satisfecho, puede dormir tranquilo mientras todo sigue igual en el mundo real.

Están bien definidos y sin matices el bien y el mal, los opresores y los oprimidos, los inocentes y los verdugos, lo natural y lo artificial. El dualismo característico del pensamiento occidental, que nos deja seguros y nos permite situarnos en posiciones políticamente correctas y sin identificarnos con la sombra que todos llevamos dentro. Y por supuesto entre dos aguas, el personaje central, nuestro héroe híbrido, con lo mejor de los dos mundos cuerpo na' vi y mente humana.

Existen tres grupos dentro del film: los supermalos representados por los militares y la compañía “transplanetaria”, los buenos, es decir, científicos verdes con los que se podría identificar a cualquier ONG y los inocentes aborígenes que bien podrían ser del Amazonas como de África. Curioso que se nombre a Venezuela: “Venezuela, that was some mean bush” y no aparezca en los subtítulos.

A decir verdad no hubo nada que me conmoviera, ni siquiera en los momentos más cumbres, me fastidió un poco el trillado mito del guerrero que más guerrea, vence al dragón y se queda con la princesa, que la fuerza fuese la vara con que se mide la dignidad de un miembro del clan que ha traicionado al pueblo, y me indigna, que los líderes no puedan salir del mismo pueblo sino que se necesite un mesías todopoderoso, importado además, al que traten como un dios por realizar una hazaña que ninguno de ellos está destinado a llevar a cabo, queriéndonos transmitir que al final ese tipo de colectivos conectados con la naturaleza, tienen una conciencia mágica, no una conciencia crítica y que ante la opresión han de responder con el grito “ esta tierra es nuestra” (discurso que también usa el opresor) como si tuviéramos de verdad el derecho de poseerla y no el deber de defenderla por ser parte de ella.

Más allá de su piel azul, su estatura, su cuerpo felino y su conexión con la madre naturaleza, los na' vi, en lo que se refiere a la manera jerárquica de organización, y toda su emocionalidad: los sentimientos de envidia, celos, enamoramiento, estrategias de juego y seducción, etc son idénticos a sus homólogos blancos, por algo son llamados humanoides.

Por último, tenemos una deidad que decide intervenir en los acontecimientos de la historia, organizando al mundo animal, tomando partido en la guerra por los más débiles y revirtiendo la injusticia. Pero en el mundo real los animales no pueden defenderse sino que se extinguen, al igual que los recursos naturales se acaban y la tierra de vez en cuando se sacude llevándose por delante a justos y pecadores.

En el momento más dramático, justo antes del gran milagro, cuando todo estaba perdido pensé: “ la película debería acabar aquí, con este genocidio, pero no, tendrá un final feliz porque sin final feliz no hay taquilla” y así fue, la madre salva a sus hijos predilectos, demasiado parecidos a nosotros, gracias a la “oración en el huerto” que el Elegido hace en aparente acto de humildad pero que esconde nuestra convicción de ser el centro de la creación, el ombligo del universo. Pero en las circunstancias actuales, la naturaleza no hará nada para salvarnos de nosotros mismos sino que al paso que vamos, nos extinguiremos, a menos que logremos interpelarnos y reconozcamos que no somos muy diferentes de los supermalos. Cada vez que lanzamos basura y malgastamos los recursos por creer que si están allí tenemos el derecho a tomarlos, cada vez que somos indiferentes a la opresión y a la injusticia, o despreciamos a la gente por su procedencia, religión o tendencia política y nos creemos superiores a los otros e irrespetamos las diferencias, cada vez que la prioridad es obtener el máximo de ganancia a costa de lo que sea o de quien sea y bajo la apariencia del humanitarismo nos aprovechamos de los demás, somos Quaritch, ese depredador despreciable militar, blanco y gringo con el que el guión no permite que nos identifiquemos.

Hay que reconocer la capacidad de James Cameron de mezclar elementos mitológicos de diferentes culturas y elementos claves de diferentes películas de manera de enganchar emocionalmente al espectador con referencias casi arquetípicas, pero no olvidemos que es desde Hollywood, la máquina de fabricar ilusiones, que nos traen este regalito y que pese a la aparente intención autocrítica, el cine hollywoodense es en su esencia un producto de consumo, entonces habría que preguntarse cuál es el discurso que nos están vendiendo y si estamos dispuestos a comprarlo.

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