domingo, 26 de febrero de 2012

Hilos relacionales: de la ausencia a la presencia


Nuestro hermoso deber es imaginar que hay un 
laberinto y un hilo. Nunca daremos con el hilo; 
si acaso lo encontraremos y lo perderemos en un
 acto de fe, en una cadencia, en el sueño, en  las
 palabras que se llaman filosofía o en la mera
 y sencilla felicidad.

Jorge Luis Borges



Los índices  apuntan a la tierra. Los hilos apenas conectan. Deseo y esperanza de que se dé la escucha y la comunicación, como comienzan casi todas las relaciones.
Empiezo a moverme y añoro la tensión de la diferencia, la oposición. No encuentro la suficiente, no quiero ser Artemisa pero tampoco Perséfone tomada de la mano. Esto no va a funcionar, pienso, como una profecía de autocumplimiento.
Vuelvo al inicio y espero, no sin expectativas, siempre las expectativas. Entonces siento que soy movida y sigo el movimiento. Mis manos se extienden, mis brazos se abren a recibir y de repente advierto que el hilo está distendido, que estoy bailando sola, como tantas otras veces, entregada a mi propio Movimiento y creando un espejismo, una ilusión donde el otro real desaparece, se desvanece.
Después de todo podría quedarme allí autocontenida, es más fácil que enfrentarse con la imposibilidad del otro de satisfacer mi deseo, más fácil el abandono que la acogida verdadera, la retirada que la derrota.
Me rindo, depongo mi voluntad y por primera vez creo que estoy dispuesta a escuchar realmente a quien está del otro lado, en vez de debatirme conmigo misma. Entonces el milagro ocurre y el otro se devela y la danza misteriosa comienza.
Y soy árbol mecido por el viento,  feliz con la densidad del tiempo tatuada en mis anillos ancestrales. Abierta a la desnudez en invierno, el verdor del verano, la caída siempre en otoño y la flor de la primavera y vuela al invierno de nuevo.
Soy llamadora de pájaros, el universo entero se detiene a escucharme, la tierra tiembla bajos mis pies arraigados y mis brazos son súplica silente, alas batientes que espantan sombras.
Un clamor me hala hacia abajo, me demanda acercarme a eso que se gesta bajo tierra. Escarbo como un animal, canto un llamado vehemente al otro que no veo pero que presiento,  remuevo la ceniza de los muertos, hago conjuros, invocaciones.
De nuevo el silencio, una calma plácida se instala afuera, relámpagos y truenos anuncian la tormenta adentro. Me levanto sostenida por mis piernas. Soy mujer erguida. Halo los hilos como quien recoge el papagayo amado de la infancia y recupero al otro, ahora presente en el abrazo que desata el aguacero que se desborda  caudaloso por mis ojos, y me riega entera. Estoy en casa.

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